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† Novia Moribunda †

cine

"El Exorcista."



Ayer decidí ir al cine a ver El Exorcista. ¿Que si me gustó? Estoy completamente segura de que todo aquel que me esté leyendo compartirá conmigo la opinión de que ésta no es precisamente una buena peli. No voy a exponer aquí las causas de ello, porque no estoy en condiciones -por el sueño-, no os veo muy dispuestos a seguir leyéndome en caso de que lo haga y, finalmente, porque no las sé, francamente. No soy crítica de cine; ni siquiera soy cinéfila. Así que esa tarea la abandonaré antes de emprenderla para que otros lo hagan más adecuadamente.

Empezaré diciendo que el intento de seguir en la misma línea que la primera -que la verdadera, para mi gusto y el de la mayoría, supongo- no ha dado el resultado esperado. Es bien previsible, ya que el impacto que provocó El Exorcista en 1973 (me limitaré a la película, no voy a referirme a la novela) es poco probable que se repita en nuestros días. Con lo de "seguir en la
misma línea" me refiero, por ejemplo, al recurso de utilizar un escenario atestado de supersticiones (y de supersticiosos, esto es, los indígenas), África, donde mejor se puede cocer una historia semejante. Bien, de hecho, esto es una obligación a la que han debido atenerse, ya que se trata de una "precuela" (gracias por la palabra, Evan). Antes de que una se fuera al cine a verla ya sabía que se usaría como pretexto esa estatuilla al parecer sumeria y que después se perderá entre la
arena, porque quien recuerde nítidamente el principio de la novela o de la película de 1973, sabrá que ese mismo objeto es el que mueve la trama de aquella.

Siguiendo con las semejanzas con la primera, tenemos que en una iglesia enterrada bajo tierra, que teóricamente no puede estar allí por cuestión cronológica ni ideológica, alguien ha profanado al Cristo que descansaba en una cruz. Recordaréis seguro lo que se encontró un clérigo al entrar en la parroquia de Georgetown, esto es, la estatua de
una Virgen igualmente insultada. Del mismo modo, se recurre a la figura de un niño -los niños, sobretodo las niñas, desde El Exorcista de 1973, son la clave de toda película de terror no psicológico- como centro de poder metafísico y maligno. De acuerdo que al final resulta que no es ese niño el que está poseído por el Demonio, pero es éste un recurso demasiado previsible (reitero la palabra).

Pero lo más previsible de todo el filme es el hecho de que sea una mujer con flequillo y con el pelo de ese color la que acabe diciendo obscenidades tales como "me quieres follar" y restriegue su sexo en el
de un pobre religioso que perdió la fe en Dios y la encontró de nuevo en un continente tan poco cristiano como lo es el africano.

Y los nazis... ¿qué pintan los nazis en esta película? Muy fácil, pero ¿no representa suficiente mal un demonio tan poderoso como el que se dedica a introducirse en el cuerpo de niñas y mujeres virginales? El detalle de que ese nazi que acaba suicidándose diciendo haber encontrado la libertad -cosa que un nazi nunca haría tan patéticamente y menos trazándose una swastika con un cuchillo en el pecho- fuese el esposo de esa atractiva doctora queda suelto en el argumento, no tiene sentido que esté allí. Claro que el hecho de que dicho nazi en el pasado apuntara con una pistola a diez judíos destinados a morir por elección del pobre padre Merrin y que éste rememore día y noche su no planeado crimen y se pudra por dentro a causa de los remordimientos no es más que un recurso para que el Demonio atormente su alma, como lo haría casi veinte años después con el padre Karras recordándole que no había cuidado adecuadamente a su fallecida madre.

Resumiré esta película con dos palabras: inverosímil y, claro, previsible.

Esta película que sirve como introducción a El Exorcista no merece serlo, del mismo modo que las secuelas de ésta tampoco son muy dignas de serlo. Claro que la magia de éstas está en que la audiencia siempre irá a verlas por mucho de que esté convencida de que será una película mala, porque siempre lo hará no por nada más que por el morbo que le produjo la verdadera.